Diego José: poeta con alas de mármol
El poeta Diego José recibió el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura “Prof. Rafael Cravioto Muñoz” por parte de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo en el marco de la 35 Feria Universitaria del Libro, el pasado 27 de agosto de 2022. Merecida distinción que se suma al Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer; XIV Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2002; Premio Nacional Literario Abigael Bohórquez 2004; XIII Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2006; Premio Margarita Michelena a la trayectoria literaria 2019, entre otros.
Es necesario mostrar los laureles, pero más importante resulta escribir sobre este poeta de carne y hueso quien, en su poema “ALBA” de Cicatriz del canto Cicatriz del canto (2014), escribe: Soy un poeta de carne y hueso / y mi palabra es carne y hueso. / Tal vez exista, / en el centro de todo, / una puerta invisible / y 4000 febriles almas / queriendo entrar... / ...yo lo encuentro en las cosas simples: / en una casa con / jardín trasero / donde los niños juegan / su oración cotidiana, / y los escucho crepitar / como zarzas ardiendo / en la quietud de mi ceniza, / tan de carne y hueso, / como las palabras que escribo. Palabras, que, como faros, guían travesías literarias y me permiten escribir estas líneas desde la admiración y el agradecimiento. Como perpetuo aprendiz y como amigo, me arriesgo, parafraseando el poema del propio Diego José dedicado a Adolfo Mendoza, de su libro Cantos para esparcir la semilla (2000): a la tentación de ser nadie.
El escritor Eduardo Islas Coronel afirmó, en un ensayo publicado por la revista La otra (2019), que Diego José es un hombre con alas que camina.Coincido: la expresión del yo poético del autor se traduce en espíritus celestes que pueblan explícita e implícitamente su obra poética, como el caso de “Milonga del Ángel” de Volverás al odio (2003): Me duele suponer que un ángel desdichado va por las calles / buscando su armazón de cisne. / Y está parado bajo el arco de un portal en ruinas como un roto / bandoneón que tiembla / ...No más los áureos rizos / ni los pálidos lotos de su frente, / está solo, sucio algo gris, / harto de mirar el falso destello / en el charco del desconsuelo. / Ni siquiera el amor propio podría salvarle. / Mira largo y piensa, / cómo es posible / viajar en subterráneo cuando se ha vivido en las alturas. Aquí en el subsuelo lo acompaño en conversaciones sobre estadísticas, informes… cosas así, siempre tan tristes, necesarias, terrenales, porque nos da por tener hambre, por anhelar unas pocas monedas más en los bolsillos.
Su consciencia histórica se muestra en este fragmento del poderoso “Zeitgeist Blues (El espíritu de los tiempos)” publicado en la revista La Tempestad (2019):
“...la democracia embrutecida
en las rebajas
EL JAGUAR DESPERTADO
los rostros del caudillo
LA HISTORIA ES NUESTRA
LA HACEN LOS PUEBLOS
la niebla y su pasamontañas
HASTA LA MUERTE SI ES PRECISO
la muchedumbre inmersa en su desánimo
NO PASARÁN NO PASARÁN
pero pasaron
el flautista y su séquito de ratas
el líder sindical el publicista
los fieles a la plutocracia
los buitres con el blanco cuello del cinismo
los hijos predilectos
de la chingada...
...y el agente de recursos humanos
y el hipster con su cigarro electrónico
para fumarse la ilusión de su conciencia
paranoid el diputado y su escolta
y su amante podrida
en la seda de sus caprichos
paranoid el consumidor
de legumbres orgánicas...
...paranoid el migrante y su perseguidor...
Este poema, como grito desgarrado, como reclamo, como manifiesto posmoderno, como texto incendiario, nos sitúa ante una realidad que devora; nos permite encontrar reflejos de nuestra juventud, cercana o lejana, del mundo contemporáneo que cambió frente a nuestros ojos, de la banda sonora de nuestros recuerdos y de nuestros anhelos. Este poema está habitado por ratas con cédulas profesionales entre los dientes, de fieles a la plutocracia que nos ignoran y desprecian, de buitres de cuello blanco, corbatas de seda y olor a Hugo Boss, de diputados flanqueados por la fuerza y la arrogancia. Debo a las letras de Diego el haberme mostrado la posibilidad de sublimar la ira y la indignación; les debo el haber elegido el sendero literario.
Diego José es un maestro que canta, es un poeta que enseña. Ha emprendido desde hace más de quince años un ministerio casi romántico en el estado de Hidalgo. Ha formado a por lo menos dos generaciones de personas con pretensiones literarias, lo mismo en centros culturales que en espacios alternativos. Desde la triple experiencia del leer, del vivir y del escribir, pide disciplina, amor y compromiso con la literatura. Empuja, siempre suavemente, al abismo a las personas que buscan expresarse fuera de las convenciones del lenguaje. Esta caída necesariamente incide en la vida de cada una de esas almas. Ni más, ni menos. Podría enumerar aquí los reconocimientos, premios, publicaciones y becas que han surgido de los talleres literarios de Diego José, tanto del propio maestro como de sus alumnos, pero me rehúso a caer en la trampa; no quiero justificar de esa manera las batallas, pues tales consecuencias no han sido jamás el aliciente de ninguno de ellos, me consta.
Esta última reflexión se relaciona con la obra ensayística de Diego José, concentrada en su libro Nuevos Salvajismos (2019 última edición), donde nos muestra su pensamiento crítico, su inconformidad ante las expresiones del poder, ante la institucionalización de las causas justas, ante las disyuntivas relacionadas con el ser humano y su entorno social. En su ensayo/pelea “Contra la escuela”, cuestiona el sistema educativo y el culto a la meritocracia, concretamente en el undécimo round: “...Una buena opción sería realmente fortalecer la formación filosófica, histórica y literaria del alumno, aun cuando su profesión no esté relacionada con esos conocimientos... el modelo de educación por competencias representa una concesión por parte de los sistemas educativos al provenir del ámbito empresarial, ya que contribuye a consolidar el paradigma de la meritocracia, es decir, de la sociedad que avala la suficiencia y que educa únicamente para trabajar...”, es por ello que afirmo que su vocación magisterial no se mide con esa clase de “éxito” personal o de sus alumnos.
A título personal y con el propósito de ilustrar las enseñanzas del maestro Diego José, puedo decir que me mostró uno de los inicios de novela más intensos que he leído, se trataba de Jazz (1992), de Toni Morrison. “Así se inicia una novela”, nos dijo. Ese mismo día acudí a una librería para comprar un ejemplar, el librero me preguntó si sabía que la persona que escribió el libro era una mujer, respondí que no, me preguntó si sabía que era afroamericana, contesté de nuevo negativamente, afirmó que entonces seguramente yo ignoraba que le habían otorgado el premio Nobel de literatura en 1993; asentí. Todo mal, pues. Una tarde, Diego José me observó leyendo El hombre en busca de sentido (1946) de Viktor Frankl, me dijo: “ese autor salió del campo concentración, ¿quieres leer a uno que nunca salió?” y me recomendó Si esto es un hombre (1947) de Primo Levi, cuyo inicio me cuestionó sobre mi hogar cálido y seguro, mi comida caliente y los rostros de mis amigos, en contraste con las personas que no conocieron la paz, que murieron por un sí o un no, y que tales acontecimientos se repiten diariamente. Me mostró que el lenguaje necesita a la poesía. Cito un fragmento de “Celda”, de Cicatriz del canto (2014) ¿Y qué cosa puede ser la escritura / sino el deshacimiento de la hora / que teje su cristal / o su espera / en el párpado / ciego / donde anidan la rosa / el laberinto y la penumbra? Y cómo no agradecer la tutela literaria, cómo no escribir jubiloso estas líneas cuando mi camino de letras (alejadas del lenguaje jurídico arcaico y anacrónico) es posible gracias a su intervención que me advierte de los lugares comunes, de los pensamientos imprecisos, de las incoherencias.
Una mañana de noviembre de 2016 viajaba en un autobús con destino a la Ciudad de México para aceptar regresar a trabajar en la Procuraduría, ya dije, el hambre inmisericorde. Me acompañaba el volumen de poemas Volverás al odio (2003) de Diego José. A la altura de la caseta de cobro abrí el libro en cualquier página y el azar que hace tan bien las cosas según Julio Cortázar, me mostró el poema “El otro regreso de Ulises”: Volverás al odio, / al rencor acumulado, / a perderte en anónima parvadas; / volverás, no hay remedio: / puñales de neón desgarrarán los signos, / será tu frente una muralla destruida. / Encontraras más temibles las grietas / y gritarás en el centro de todo: / ¡He vuelto / haced de mí / lo que les plazca! Me hundí en mi asiento, soporté el llanto porque a cierta edad y en ciertos lugares el ridículo acecha a los que pasamos los cuarenta años. Me reuní con la persona que me había ofrecido el empleo para decirle: “No puedo volver, amigo. Gracias”, él observó mis zapatos, mi suéter. Y continué: “Es que en el camino leí un poema y pues no quiero volver al odio”. No me respondió. Regresé a Pachuca dejando atrás el rencor acumulado de la incidencia delictiva, las anónimas parvadas burocráticas, los puñales de neón de indios verdes, huí de las grietas del sistema penal y me rehusé a gritar en el centro de la oficina que había vuelto y que hicieran de mí lo que les placiera. Así fue como la poesía de Diego José me arrancó de los brazos de “la trituradora de pobres”, como Eugenio Raúl Zaffaroni se ha referido al derecho penal.
Antes de concluir, quiero referirme al proyecto encabezado por Diego José y Pablo Mayans, consistente en la revista sobre literatura y arte La Palanca (en referencia al edificio de Plaza Independencia de Pachuca, LA PALANCA 1934) en la que de 1997 a 1999 y de 2007 a 2013 (26 números) se publicaron textos de Efraín Bartolomé, Yuri Herrera, Agustín Cadena, Viktória Kóczián, Enzia Verduchi, Alfonso Macedo, Juan Villoro, Geney Beltrán, Joan Fontcuberta, Daniela Tarazona, Jair Cortés, Joan Margarit, Vicente Alfonso, Verónica Gerber, Mijail Lamas, Paulette Jonguitud, Claudina Domingo, Joan Fontcuberta, Geney Beltrán, Juan Carlos Hidalgo, Enrique Olmos de Ita, Alfonso Valencia, Julio Romano, entre otras autoras y autores. La Palanca es una publicación de enorme relevancia en el panorama literario de la capital del Estado que combatió durante varios años el mito de que aquí sólo pasa aire. Sin duda se trató de un esfuerzo de creación literaria y difusión cultural que se añora en estos tiempos grises y borrosos.
El poeta Derek Walcott, cuyo trabajo también me mostró Diego José, escribió un poema titulado “La luz del mundo” en el volumen El testamento de Arkansas (1994): ...pero llegué a mi parada. Delante del Hotel Halcyon. / El vestíbulo estaría lleno de transeúntes como yo. / Luego pasearía con las olas playa arriba. / Me bajé del autobús sin decir buenas noches. / Ese buenas noches estaría lleno de amor inexpresable. / Siguieron adelante en su autobús, me dejaron en la tierra. / Entonces, un poco más allá, el vehículo se detuvo. Un hombre / gritó mi nombre desde la ventanilla. / Caminé hasta él. Me tendió algo. / Se me había caído del bolsillo una cajetilla de cigarrillos. / Me la devolvió. Me di la vuelta para ocultar mis lágrimas. / No deseaban nada, nada había que yo pudiera darles / salvo esta cosa que he llamado «La Luz del Mundo». Y son estas palabras del premio Nobel de literatura 1992 las que me ayudarán a cerrar este texto. Diego José viaja ahora mismo en un autobús imaginario por las calles de Pachuca, la azul melancolía de sus ojos mira el centro de la ciudad, los sitios que dieron nombre a su revista y que albergaron sus primeras presentaciones en los noventa, recuerda una portada de periódico que le dio la bienvenida a Hidalgo: “Los calcetines asesinos”, que después supo hacía referencia a una banda de jóvenes, sus viajes al bosque, a sus alumnos y a sus textos que por más que merecieran el fuego (ambos), siempre devuelve con correcciones escarlatas que son actos de creación por sí mismos, sus trayectos a la universidad, sus luchas por la dignidad de los creadores frente a los absurdos institucionales desde el poder político, que incluyen una negativa a compartir foro con un despreciable expresidente español, las alegrías compartidas. Por eso cuando él baja del autobús, soy yo el que grita su nombre, soy yo el que le devuelve estas palabras que ha sembrado en mí, pues ese poeta con alas de mármol que camina sobre la tierra me ha mostrado «La Luz del Mundo».
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